VUELVE A SALIR HUMO DE LAS CHIMENEAS

 En Sarnago volverá a salir humo de algunas chimeneas el domingo de las elecciones. Desde la muerte, el 23 de abril de 1979, del pobre Aurelio, el último vecino, cierrótico perdido, en el hospital de Soria –nadie recogió su cadáver, como tengo dicho, que acabó en la sala de disección de la Facultad de Medicina– en el pueblo no había habido votaciones. Tomás, el cartero, uno de los últimos resistentes, que había vuelto sordo como una tapia de la guerra, cerró la casa y se marchó al fin con las hijas a Navarra. Así que no quedó un alma y ni siquiera llegó ya propaganda electoral de algún partido despistado, que no sabía aún que el pueblo había muerto. (Los partidos acostumbran a pasar de largo por los pueblos pequeños y por las tierras pobres, como la zorra cuando sale del gallinero, y eso que el futuro del campo y el inquietante desequilibrio entre las «dos Españas» –la superpoblada y la despoblada– deberían ser motivo de especial preocupación para cualquier estadista con dos dedos de frente y para Bruselas. Luego hablan de justicia y se les llena a todos la boca. ¿De qué ha servido la Constitución, la entrada en Europa y el euro a las Tierras Altas de Soria?, se preguntan los últimos vecinos de los pueblos agonizantes).
Después llegó la ruina de las casas y la desolación. Hasta los pájaros huyeron del pueblo y se hundió la iglesia que era la referencia, no sólo espiritual. Pero ha ocurrido un pequeño milagro. ¡Sarnago resucita! Espero que no sea como Lázaro para morirse después definitivamente. Es verdad que nada será ya igual, pero se rehacen las casas, se levantan las tapias del cementerio, se arregla el camino, se mete el agua en las casas, se instala un museo etnográfico, entrañable por su sencillez y autenticidad, en la antigua casa del maestro en la plaza, y la activa Asociación de Amigos del pueblo hasta publica una brillante revista cada año. Por primera vez en muchos años el camposanto vuelve a acoger los despojos de un vecino: las cenizas, ciertamente enamoradas de Sarnago, de la tia Martina. Pero la mejor noticia faltaba por llegar: varios vecinos, después de dar vueltas por el mundo con el hato al hombro –estos que un día cerraron la puerta de su casa y emigraron del pueblo son los auténticos héroes de nuestro tiempo, mucho más que los messis y ronaldos– han vuelto como el cuco en primavera. Y se han empadronado. ¡Albricias! Propongo brindar por ellos con un azumbre de vino. No sé quién se merece su voto, pero es igual; seguro que hasta en esto son generosos, aunque es razonable que sigan siendo desconfiados.
Mirando para atrás, sin nostalgias enfermizas pero con sentimiento y buena fe, uno se da cuenta de las vueltas que da la vida y, por supuesto, la política. Ahora mismo se anuncia una vuelta y media de tuerca. Y se echa de menos a personajes ejemplares que ayudaron decisivamente a encarrilar a España, justo cuando moría el último vecino de Sarnago. Me refiero al Rey y a Adolfo Suárez. Ninguno de los dos va a votar el día 20N. Los dos trabajaron a lomo caliente por la concordia y por encarrilar el rumbo del país. El Rey Juan Carlos seguro que lo está pasando mal por el descarrilamiento de la economía y por la falta de responsabilidad de los partidos; pero también por su puñetero talón de aquiles y su sordera, que limitan su actividad y su buen humor, y, sobre todo, por los líos de familia y los negocios de Urdangarin, su yerno, con la consiguiente pérdida de brillo de la Corona. Y de Adolfo Suárez, que hace tiempo que no conoce a nadie ni sabe quién es, me permito ofrecer hoy una primicia a los seguidores del «Canto del cuco» . Una fuente muy cercana y segura me acaba de decir: «Adolfo ha entrado en una etapa de deterioro físico irreversible; aunque el final no parece inminente, puede ocurrir en cualquier momento». ¡Qué ramalazo de tristeza con las urnas a la vista! ¡Cuánto se le echa ya de menos, ahora que cuatro botarates quieren cargarse el espíritu de la Transición! Ni siquiera el leve humo nuevo de las chimeneas de Sarnago lo compensa.
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